Donde planean los pájaros, Mara Carver

Donde planean los pájaros, Mara Carver

Carlos J. Rascón

HA MUERTO

Una persona que me importa ha muerto.
La quería. Y ha muerto.
Ha desaparecido.
Sin más, como una ráfaga de viento.
Ya no está.
Se llamaba Ilidio Henriques
y era portugués. Se reía mucho,
amaba la vida y cada vez que se emocionaba
gritaba «¡espectáculo!» muy sonoramente.
De esos contados seres que te hace sentir único.
Ahora yace en Tavira, su pueblo.
Sobredosis, nos dijeron, un accidente…
Llegamos 9 días más tarde a verlo,
dejarle fl ores, despedirlo a duras penas.
Cosas de la vida, su padre trabajaba en el cementerio,
pobre hombre, que veía su lápida a diario.
Cada vez que pienso que mi amigo
no verá el fi rmamento, el mar,
los árboles de nuevo,
no puedo soportarlo.
Si cierro los ojos, aún le oigo reírse.
Ojalá el amor pudiera salvarnos.

 

A MÍ ME FUNCIONA

La mayoría de los días en esta ciudad,
mire donde mire,
solo veo luz.
Esa luz que arranca el día anónimo.
Suave y omnipresente,
de bienestar inexpresable.

Pienso en las personas oscuras,
o que arrastran tristezas indefinidas,
quizá, si vinieran a vivir aquí
y recibieran un rayito de sol diario,
les fuera más llevadero su calvario.

También funciona mirar sábanas blancas colgadas,
secándose, al ritmo de la brisa
y el crujir del árbol cercano.

Si no, la poesía,
que es calladita y estrecha,
y se cuela fácil, sin darte cuenta.
Y tras unas docenas y centenas de versos,
ya no hay cueva,
solo claro en el bosque.

 

LA GUARIDA

a Teo

Desde antes de asomarte a la vida
nos hacían dudar de que lo hicieras.
Eras más una hipótesis médica, un porcentaje, un temor,
que no una posibilidad de niño nadando en esa gran
piscina.
Había tanto líquido que podrías haber nacido mitad pez.
Pero te asomaste, sí.
Temblando, morado, peludo y frágil.
Y te recorriste las consultas médicas de toda una ciudad.
¿Qué tiene este niño?
Algo importante, aseguraban, ante nuestro corazón
palpitante.

La pesadilla duró un año.
Hasta que ya le pusieron nombre,
no muy glamuroso ni fonéticamente bello,
solo un síndrome apellidado Cantú,
un desconocido en la espesa selva ignota.

Yo siempre he ido al cine sola
y con frecuencia.
Pero aquel año iba dos o tres veces a la semana,
cual refugio, cual guarida,
mi oscuridad preciosa del Meliès
en la última sesión del día.
Recuerdo que cuando volvía

siempre me sentaba a tu lado
y te contaba
la peli recién vista,
en susurros
a medianoche
sin escatimar detalles,
como un ejercicio narrativo que me imponía.

Recuerdo aquellas noches.
Tu candor, tu aliento, mi agonía, el silencio.
Qué bien dormías.

 

BRISA GALLEGA

Atravesando los trigales
de las tierras de Galicia,
voy haciendo camino
un agosto caluroso
salpicado de cantos de grillo.

Lo que veo es un poema.
Un poema que no sabría escribir,
pero que bien lo ha podido componer
la hierba, el vencejo o este airecillo que
da la vida.

El sol calienta mis muslos
a través de la ventanilla.Y entra la brisa mientras bajamos
una carreterita cerca de Samos.

Me siento desbordante.

Esta frescura impide
la oscuridad de pensamiento,
todo se siente diáfano,
como en un pasaje de Herman Hesse,
en el que uno se proyecta
rabiosamente alegre
retozando en un campo junto al río.

Llevo a un bebé en mis entrañas.

A veces me olvido.
Otras, me aprieto el vientre contra mí,
cierro los ojos y me sonrío.
La vida avanza
y sigo creciendo joven.

¿Es eso posible?

Dime, ¿es tan grave
ir envejeciendo y no sentirlo?

A pesar de mis amables patas de gallo,
con quienes ya he acordado
relación de mutuo respeto,
soy una joven andariega por el camino de la vida.
Una joven que alumbra hijos.
Una vieja que da vida.
Una incógnita.
Arruga y semilla.

 

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