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Yaroslabi Bañuelos
Yaroslabi Bañuelos (La Paz, Baja California Sur, 1991) es psicóloga, poeta y editora. Ha recibido el Premio Estatal de Poesía “Ciudad de La Paz” por el poemario Otro agosto habita el aire, asimismo, obtuvo el premio de los Juegos Florales Nacionales Carnaval La Paz 2019, así como los XLVI Juegos Florales Margarito Sández Villarino y el Primer Concurso Municipal de Poesía “Letras Nuevas”. Fue becaria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico (PECDA) 2016-2017. En 2018 y 2019 obtuvo la beca “Inés Arredondo” para asistir al Encuentro Internacional de Literatura 13 Habitaciones Propias, realizado en Culiacán, Sinaloa.
Invocación de pájaros
El ritual es simple: entierro mis ojos en el jardín y escribo
con un ave de espuma en la mano,
el alpiste mojado y la melancolía no alcanzan
para invocar a los más oscuros pájaros de mi sangre.
A veces permanezco muda,
como los canarios tristes que criaba mamá
y me repito: es necesario que el verano se disuelva
en el blanco sol del otoño,
que el acordeón del viento renueve sus notas,
que un gorrión alirroto descosa el cielo;
es urgente perfumar de jazmines las palabras deshabitadas
o resucitar a una niña con lirios y promesas.
El ritual es sencillo: me siento bajo un árbol de pequeños incendios
y aguardo a que los pájaros insomnes
me entreguen las ruinas de un bosque abandonado.
Presencias nocturnas
Escribo de noche porque trato de hallar
un rastro de luciérnagas
que conduzca a la casa donde encerré mis miedos.
Me guio por la caligrafía azul de los astros;
Orión ilumina el cielo del norte
y persigo los fuegos fatuos que incendian
las hojas de la libreta.
Escribo de noche porque estoy sola
y el silencio imita
a las canciones de mi infancia
o el lamento de los árboles.
Quiero volver a la cuna de la tristeza
allí donde descansan
las palabras heridas; por eso escribo,
para encontrarme en el largo pasadizo del sueño
con todas mis sombras,
las hijas de la medianoche, las que jamás duermen.
Sentada en la cornisa de la niebla junto a Pizarnik
I
Capturamos criaturas aladas en un silencio casi perfecto. Ella y yo. En medio de esta soledad de mujeres solas, embriagadas de luz lila como pájaros noctámbulos. Con el cuerpo partido caminamos de la mano sobre esta tierra maldita de espejos, hasta trepar a la azotea de los árboles. El fuego de San Telmo que brillaba en sus ojos desaparece entre la bruma y las aves desmayadas. Adoradoras de la noche: acariciamos al dragón dormido que habita nuestra sangre, pintamos esfinges con polvo y saliva, luego dejamos correr el llanto hacia el corazón del bosque. Poco a poco la madrugada se funde con la niebla. Algunas lágrimas mojan la vereda rota de los ausentes, y la voz nocturna se parece cada vez más al grito de un animal acorralado.
Alejandra, ¿saltaremos ahora o aguardaremos el estallido del alba?
Alejandra, ¿quieres volver a París?
Cuéntame sobre la primavera y sus calles, sus voces y sus museos.
Cuéntame, Alejandra, de la belleza imposible.
Quizás un día podamos arrojar al Sena este puñado de 50 flores de Seconal.
II
Sentadas en la cornisa de la niebla bebemos el licor dulce que gotea el viento.
La oscuridad cruje como agua temblorosa.
Viajeras sin equipaje y amigas del delirio. Brindamos. Escribimos cartas
que se perderán en los malabares del fuego.
Leemos Los cantos de Maldoror a los fantasmas solitarios que cruzan el aire.
Invocamos a los arcanos ocultos entre las sombras.
Enfermas de la noche y sus cenizas.
Ella y yo: Niñas azules desvanecidas por la lluvia.
Son hermosos igual que yaroslabi
Dan tantas emociones a la bes estoy tan orgullosa